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La respetuosa arbitrariedad de Belkis Ayón

Orlando Hernández

19 de febrero de 1992

No me parece insólito que sea una mujer. Que sea de nuevo una mujer. Que esa mujer ahora se llame Belkis (y no Sikán o Sikanekue) no cambia para nada las cosas. Ni que resulte algo distinto el escenario, el tiempo, los detalles. La historia vuelve a ser idéntica. A repetirse. Incesantemente. Como en los inicios del mito, es necesario que aparezca de nuevo una mujer. ¿La misma? ¿Otra? Quizás resulte indiferente. Todo religioso lo sabe. Lo que llamamos lo sobrenatural, lo sagrado, vuelve a animarse en los simple sucesos cotidianos. A reproducirse. A corporeizarse. Para demostrarnos una vez más la circularidad de todo lo existente. Su condición repetitiva, cíclica. A su manera, la ciencia lo ha corroborado. Esa antigua verdad a veces es simbolizada ritualmente mediante un simple trazado circular en el piso.

O en la estructura material y en las funciones del tablero de adivinación (Opón Ifá). Otras veces mediante los pasos de una danza ejecutada en sentido contrario a las manecillas del reloj, con la que se intenta contrarrestar la adversidad de una acción. O acaso la adversidad del tiempo. Las variantes son múltiples, pero la enseñanza siempre es la misma. Todo vuelve a suceder, se repite. Y en eso parece consistir lo indestructible de toda creencia. En su raro poder de hacer que todo vuelva a ser visible, comprobable. Nuestras trivialidades diarias sólo son el disfraz, la máscara de lo trascendente, de lo desconocido. Vivimos sobre una de las caras de una misteriosa moneda. ¿Cómo saber lo que está sucediendo en la otra cara, la invisible, la oculta?  Es necesario intentar el viaje a la otra orilla. Registrar el reverso. Completar la visión.

Belkis Ayón devuelve al tiempo histórico la realidad de un mito. Un mito que aún permanece vivo, actuante. Que se resiste a ser un exponente de museo, o un atractivo exótico para el turista. Un mito que aún forma parte de una tradición compartida, grupal. Y lo raro es que Belkis lo ha hecho sin el auxilio de la parafernalia religiosa. Sin grupo. Sin ceremonia. Sin ritual. O inventando sus propias ceremonias, sus rituales. Mediante el simple recurso de imprimir papeles. Con el débil pretexto del arte. Así, sin sospecharl(¿inocentemente?), su acción pone en funcionamiento la incomprensible y poderosa maquinaria mítica de la Sociedad Secreta Abakuá. Y entonces sucede lo imprevisto –pero acaso también lo inevitable: Uyo vuelve a sonar. Y uno a uno van sucediendo los episodios del misterio. Uno a uno vuelven a actuar los legendarios personajes. Pero esta vez sin atenerse a los rigores de una empecinada liturgia. Moviéndose de nuevo libremente. Como el pez Tanze en el Oddán. Cuando nadie era dueño del secreto. Cuando el secreto era de todos. De hombres. De mujeres. O mejor aún, cuando ni siquiera existía propiamente el secreto. Y no era necesario construir el ekue. Ni era tampoco necesario el sacrificio de la Sikán. Porque todavía no existía su culpa, su traición.

Sólo situándose en ese  momento, en esa hora cero, es que puede Belkis Ayón comenzar a narrar su historia, a establecer su espléndida versión. Retroceder o adelantar los acontecimientos mediante el previo desmontaje del mito original. Porque de eso se trata: de agregar a todas las versiones posibles (efik, efor, oru) una nueva versión. ¿No decía el antropólogo Claude Lévi-Strauss que todas las versiones eran parte del mito?

Con sus grabados, Belkis Ayón funde y confunde con respetuosa arbitrariedad todos los estadíos cronológicos de una remota cofradía masculina que tuvo sus inicios en las sociedades secretas Ekpe y Ngbe de Nigeria del Sur y Camerún, y que, introducida en Cuba por los carabalíes durante la trata esclavista, es conservada hasta la actualidad en Cuba (y sólo en Cuba) a través de la agrupación de ayuda mutua y socorro conocida como Sociedad Secreta Abakuá o Ecorie Enyene Abakuá.
A este mundo Abakuá se halla referida (¿no sería más apropiado decir consagrada?) una gran parte de la obra gráfica de Belkis Ayón. Sin esta referencia quizá sea un tanto difícil penetrar en las complejidades de su imaginería artística. El hermetismo simbólico que caracteriza a esta especie de masonería afrocubana informa todos y cada uno de sus monumentales, gigantescos grabados. Las figuras, objetos, animales, plantas y muchos de los signos que integran las escenas aquí representadas, se hallan documentadas en el mito y en el rito abakuá y en su complejo sistema gráfico conocido como Ereniyó o Anaforuana, que poseen significados muy precisos.

No obstante, quizás baste saber que la obra artística es relativamente autosuficiente para que deje de alarmarnos nuestra siempre limitada omnisciencia. Aunque desconozcamos este o aquel pormenor temático o simbólico presentados por Belkis en su obra, siempre tendremos el recurso de hacerlos secundarios, inútiles, si consideramos que el arte ya posee en sí mismo suficiente misterio. En Belkis vuelve a ser misterioso el blanco, el gris, el negro. Es misteriosa la naturalidad con que reposan o actúan sus figuras. Misteriosa la solemnidad, la elegancia, el silencio. Misteriosa la escama del pez y la sinuosidad erótica de la serpiente, del majá. Misteriosos la palma, el gallo, el chivo. Ambigua y misteriosa la mano, el rostro, la mirada. Y todo por la presencia esencialmente inexplicable de una voluntad creadora capaz de metamorfosear lo habitual en sobrenatural y viceversa. Porque sólo el arte añade más misterio al misterio.
Frente al arte de Belkis, lo narrativo, lo anecdótico cumple de prisa su inmediato papel informativo y nos desplaza jubilosamente hacia esa zona de las grandes incógnitas donde sólo podemos suponer o intuir. Lo verdaderamente enigmático en su obra no son entonces las intrincadas, fascinantes historias que la ocupan –lo ilustrativo, lo aparente– sino la oculta, secretísima espiritualidad que las anima. En ella está presente una profunda y acaso inconfesada (o reprimida) religiosidad que no depende de rudimentarios enunciados de fe, ni de fanáticas veneraciones, sino de nebulosas aprehensiones y caóticos presentimientos. Hay algo más que ese habitual estado extático, contemplativo con que la mayoría de los artistas asume el acto creativo. El elevado, intenso dramatismo que se desprende de sus imágenes, la atmósfera sobrecogedora en que transcurren sus escenas no pueden ser sólo producto de triquiñuelas del oficio. Nada de eso se aprende en las escuelas ni en los libros de arte. Debe haber algo más.
De esa especie de aura religiosa se halla impregnada la obra de Belkis Ayón más que de historicismo o pasión etnográfica, lo cual evita que sea entendida como uno de esos banales «rescates» de mal sentida identidad nacionalista o “étnica” en los que periódicamente se enfrascan algunos de nuestros artistas. Y si acaso lo fueran, sería en segunda o en última instancia. Porque lo que aquí se «rescata» no es un mito olvidado o perdido, susceptible de ser reconstruido o revivido en un laboratorio de etnografía o de folklore, sino más bien una especie de autoconciencia, de sentimiento que ha permanecido probablemente soterrado, escondido, y que ahora se libera en un gesto reverencial hacia ese extraño “más allá” que la ciencia nos niega y nos desmiente, y que a menudo sólo mediante la creatividad artística algunos son capaces de vislumbrar, de comprender, de expresar, de trasmitir. Lo que Belkis intenta rescatar con su obra es, quizás, ese respeto por prácticas culturales y estéticas que nuestra sociedad ha marginado y malinterpretado en virtud de nuestra larga herencia colonial, no sólo demasiado racionalista, sino también demasiado blanca, católica, o atea.
La profunda identificación espiritual que ha establecido Belkis con el complejo mundo mitológico, mágico que su obra refleja le permite transgredir el secular impedimento de participación femenina en el rito Abakuá y acceder libre y privilegiadamente a sus misterios. Sólo mediante el arte tal transgresión es concebible. Su obra se convierte, entonces, en instrumento no sólo reproductor, sino también generador, instaurador de mitos. Porque en definitiva es esto lo que ha intentado Belkis desde el arte: instaurar nuevos mitos capaces de rectificar el pasado y de modificar o intentar modificar el porvenir. El viejo mito de origen Abakuá vuelve con esta obra a incrementar sus complicados derroteros y a prolongar, en esta nueva instancia de lo imaginario, su fuerza y su belleza.

Este texto me fue solicitado por Belkis en 1992 y hasta ahora ha permanecido –o eso creo–inédito, con excepción de un pequeño fragmento aparecido (en inglés y japonés) en el catálogo de la exposición Ángel Ramírez + Belkis Ayón, The new waves of cuban art, efectuada en la Gallery Gan, en Tokio, Japón, en 1997. A la versión inicial que le entregué, le hice luego pequeños arreglos, pero sin alterar nada esencial. Me complace la idea de poder reunirme nuevamente con Belkis en otra de sus exposiciones.

 

(Nota del Autor). Leído en la muestra Bélkis Ayón,  origen de un mito, Galería Villa Manuela, Ciudad de La Habana, Cuba, octubre del 2006. (N. del editor)

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