Belkis Ayón. Preámbulo para un viaje infinito hacia la tierra.
Norberto Marrero
1 de diciembre de 1999
©Extramuros, 1, diciembre, 1999, pp. 25-26
Para nosotros, hastiados del tumulto y las malas noches, llegar a Alamar (tierra de promisión) significaba, entre otras cosas, el poder constatar que aún existía un lugar pleno, desprovisto de odios y traiciones; un castillo donde podíamos ejercernos en la mayor y más nítida tranquilidad espiritual. Entonces aparecía Belkis con sus ojos descomunales de diosa egipcia, nos hacía entrar, y ya nadie osaba desprenderse de su espíritu, y nos quedábamos colgando cómodamente de su sonrisa, de su contagioso optimismo.
Veo a Belkis como a esa mujer misteriosamente invulnerable, lista a ofrecernos el mejor espaguetis de La Habana y la más clara cerveza, capaz de saciar el apetito, la sed y el cansancio del viajero más exigente; la veo allí con su cara amable y entusiasta, entregándonos a cada uno todo un torrente de cariño y vitalidad.
Cuando la conocí en San Alejandro, era yo apenas un estudiante más del curso nocturno con un ávido interés por el grabado. Ella era ya la artista que todos admiraban, profesora de dos grupos de alumnos del curso diurno, bastante numerosos. Con persistencia un tanto desmedida, en que me escabullía silencioso entre sus discípulos y esperaba pacientemente cada momento de respiro para preguntarle cualquier inquietud técnica o conceptual, a lo que ella respondía sin el menor reparo, sin el menor recelo. Al finalizar mis cuatro años de estudios nos habíamos convertido en muy buenos amigos, y por cosas del azar, casi siempre imprevisible, ella terminó siendo la oponente de mi tesis.
La recuerdo como a una de esas profesoras imprescindibles, preocupadísima por sus alumnos de San Alejandro, a los que les entregó todo su conocimiento sobre el grabado, incluso materiales costosísimos que lograba comprar en sus viajes, u otros que le donaban amigos extranjeros; catálogos y todo tipo de información que lograba recopilar. Durante mucho tiempo la Cátedra de Grabado de San Alejandro sobrevivió gracias a su denodado interés. Era la amiga insustituible, y no dejo de pensar en sus ojos, con sus palabras siempre alentadoras.
Para la cultura cubana quedará una obra impecable, desbordante de perfección y constancia, de elegancia exquisita. Un camino abierto por alguien que dedicó gran parte de sus días a promocionar el grabado cubano de manera especial, con una seriedad y profesionalidad incuestionables. Para la cultura cubana es la pérdida grosera e inútil de una artista que con sus escasos treinta y dos años logró escalar los niveles más elevados de la cultura nacional e internacional en las artes plásticas, con una obra asombrosamente madura, de gran originalidad y profundidad espiritual.
Para los que la quisimos, para los que estuvimos a su lado, quedará algo más íntimo, más imperecedero. Nos quedará su bondad, su manera desinteresada de entregarse, su preocupación por todo aquello que significara el bienestar de su familia y de sus amigos, que era lo mismo; su afán por conseguir siempre un futuro justo y feliz para los artistas y amigos.
Recuerdo ahora cuando recibió uno de los premios de la Bienal de Grabado de Puerto Rico, uno de los eventos de la gráfica más importante del continente. Para ella fue una sorpresa moderadamente feliz; podría asegurar que la recibió con cierta dosis de pudor. Sin embargo, recuerdo muy bien su desmesurada alegría y orgullo cuando Abel (1) visitó La Huella Múltiple, y junto a ella recorrió cada uno de los salones expositivos, que había apreciado en su excepcional calidad. Yo miraba sus ojos y podía percibir un sinfín de pensamientos maravillosos, planes para el grabado, oportunidades nunca antes latentes como hasta ese momento, y recordábamos entonces todas las dificultades para realizar el evento, las madrugadas de trabajo en la UNEAC armando los catálogos, el dinero que no era suficiente y que gran parte de él vino de su bolsillo; lo difícil del montaje de muchas de las piezas, el cansancio, el sueño, y aunque siempre tuvimos la convicción de que La Huella… nos costaría mucho, ahora, mientras conversábamos de Abel y todo eso, sabíamos muy adentro de nosotros que el esfuerzo no había sido en vano.
Su labor como vicepresidenta de Artes Plásticas de la UNEAC, para muchos de los artistas del grabado que la conocimos, fue un sueño salvador; había alguien que le daba al grabado su verdadera importancia, una técnica tan laboriosa y de tanta tradición en la cultura cubana. Belkis no sólo era una artista responsabilísima, sino que, además, era absolutamente asequible para cualquier artista, no sólo para los más importantes, sino también, y a estos prestaba especial atención, para aquellos menos conocidos, menos “privilegiados”.
Tenía una especial capacidad aglutinadora, gracias a la cual realizaba cualquier evento, contando no sólo con los grabadores, sino también con los escultores, los fotógrafos… A todo esto se entregó con absoluta devoción, dejando a un lado, incluso, su propio trabajo de creación.
Hoy, mientras realizo el mismo viaje que tantas veces hice, pienso en el tiempo que nos dejara Eliseo (2), y no concibo incluir a Belkis en ese tiempo inmaterial, insustancial; trato de comprender sus esencias, sus latitudes, y no logro encausar su cuerpo y su espíritu por esos laberintos.
Para algunos es el fin tácito e irreversible. Para otros es uno de sus tantos viajes, de los que inexplicablemente a veces regresaba muy deprimida, aún habiéndole ido muy bien profesionalmente.
Para mí no es ni lo uno ni lo otro. Todavía sé que estará allí, en su castillo (ya nuestro), en espera del primer viajero, sediento, extendiendo los brazos. Sé que esto es absolutamente cierto y no quiero dejarme engañar. Compartimos demasiadas alegrías, demasiadas tristezas, demasiadas verdades, y aunque para todos esto signifique una pérdida egoísta y terriblemente devastadora, trataremos de estar tranquilos. Yo me pregunto por las cosas que no nos dijimos, por lo oscuro que nadie percibió, por las cosas que no entendimos, y entonces pienso:
De qué otra forma vería el suicidio, sino como antesala
de un ferviente banquete, y decirnos entre sí porque valdría
bien poco despojarnos de nuestra sardónica hechicería
como si todas nuestras angustias terminaran allí, donde el agua
corre transparente y la sal brilla cual oro
vomitado por una cabra. De que otra forma veríamos el vacío.
Uno y Otro son objetos voraces que nuestra agotada juventud
posee, reliquia de un conocimiento que se gasta tan inevitable
como nuestros hijos. El amor acompaña a los cuerpos
cuando mueren. Una fina línea divide las piedras y el deseo.
Paciencia. Ante el tejo, paciencia. Después de los postres,
una lenta e infinita paciencia.
Entonces llego ante la puerta de ese maravilloso castillo. Cuando se abre
la puerta ella aparece, dice “hola”, y sus ojos descomunales me halan,
aprehendiéndome ya por toda la eternidad.
(1)- Abel Prieto, Ministro de Cultura de la República de Cuba. (N. del editor)
(2)- Se refiere al poeta cubano Eliseo Diego y su poema “Testamento”, en donde lega a las generaciones futuras “el tiempo, todo el tiempo”. (N. del editor)